30.9.05

45._ Destrucción del Templo

Ahora viene el Reino; pero para que ello sea posible es necesario que todo cambie. No puede guardarse el vino nuevo en odres viejos. El cambio afectará a nuestras personas: debemos convertirnos, hacernos como niños, volver a nacer; pero también afectará al mundo, a las estructuras, a las instituciones, a las naciones, a la historia, al universo. Hasta "las estrellas se bambolearán".

Para que emerja Dios es necesario un cambio cósmico; en su nivel supremo de emergencia quedan superados todos los anteriores. El universo queda trascendido. El Reino de Dios no es de este mundo. La presencia de Dios en este mundo es pasajera.

Su presencia simbólica en Israel ya no será necesaria, pues ahora se hará presente de verdad. Actualmente está "escondido", lo vemos oscuramente, como a través de un "cristal oscuro"; pero en su Reino lo veremos cara a cara. El velo del Templo se rasgará. El Templo mismo perderá su sentido, porque Dios estará presente en todos, para todos, en todas partes. Se acaba la Antigua Alianza, para dejar paso a la Nueva.

Israel, como pueblo escogido, como ámbito hermenéutico, va a dar paso a un nuevo pueblo de Dios: toda la humanidad renovada, la comunidad de los santos.
El antiguo Templo será destruido para dejar sitio al nuevo; ahora será "casa de oración, no guarida de ladrones". La antigua Jerusalén será destruida para que en su lugar se alce la Nueva Jerusalén, gloriosa, "ataviada como una novia" para su boda eterna con Dios.

Esto era lo que esperaban todos los profetas, la realización de la Promesa.