30.9.05

47._ Su voluntad

Jesús lo supo. ¿Debía huir, renunciar a su misión? No, por supuesto; Dios estaba con él; todo era un plan de Dios, debía hacerse Su voluntad. Si tenía que ser apresado y torturado, era por designio divino, tal como estaba predicho en las escrituras, en el poema del "Siervo de Yahvé". Pero, de algún modo misterioso, el plan de Dios se cumpliría, y él sería el también predicho "Hijo del Hombre" que está a la diestra de Dios y viene victorioso sobre las nubes.

El plan de Dios era hacerse un hombre como nosotros, con todas sus consecuencias, menos el pecado. Un hombre consecuente con su mensaje de amor y salvación, de paz y justicia, hasta al coste de su propia vida. Porque "el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí, la hallará".
Dios no quiere la muerte de Jesús en sí misma, ni para aplicarle el castigo que los hombres merecen y así aplacar su ira; no, la acepta en consecuencia con su mensaje, como circunstancia inevitable en el cumplimiento de su misión; y también, más profundamente, para solidarizarse con nuestra condición mortal y sufriente, y poder así dialogar con nosotros "de tú a tú": ¿Eres ínfimo y efímero? -Yo también. ¿Eres perdedor? -Yo también. ¿Eres víctima del proceso, en aras de Dios? -Yo también. ¿Te sientes fracasado, abandonado por Dios? -Yo también.
Este diálogo es necesario para convencernos, para transformarnos, para cambiar nuestra condición, para lavar nuestras culpas, para convertirnos, para salvarnos. Éste es el sentido --no el propiciatorio-- en que podemos decir que Jesús "cargó con nuestras culpas", y murió para "reparar el pecado original de Adán".