30.9.05

46._ Pernicioso

Para Jesús, todo esto está a punto de ocurrir. ¿Cómo va a callárselo? Debe proclamarlo por todas partes, y sobre todo en el propio corazón de Israel: en Jerusalén, y a sus autoridades. Es la culminación de su misión, su manifestación pública en el "monte santo" –Sión--, como Yahvé se manifestó en el monte Sinaí antiguamente. Así, pues, va a Jerusalén montado en un asno, como anunció el profeta Zacarías que vendría el nuevo rey de Israel, el Hijo de David; y va durante las fiestas de Pascua, conmemorativas de la liberación de Egipto y de la revelación en el Sinaí.

Su mensaje era también de liberación, de alegría para todo el mundo, y especialmente para las autoridades judías; si el Templo iba a ser destruido, era para construir uno nuevo, incomparablemente más amplio y hermoso, "no hecho ya por manos humanas". Pero las autoridades, cerradas, obtusas, no lo comprendieron, no le creyeron. "Los suyos no lo recibieron". (Ni ellos, ni tantos tantos otros, que hemos escuchado su mensaje y no hemos podido creerlo; lo hemos considerado un mensaje absurdo, fantástico, ingenuo, utópico, pernicioso, engañoso, escapista, alienante, perturbador, perjudicial. Y más triste resulta cuanto más suyos hemos sido, cuando, después de haber “comido en su plato”, nos hemos desilusionado de él hasta llegar quizá incluso a traicionarlo.)

Les incomodaba, les amenazaba, hería sus intereses, pretendía arrebatarles su poder, sus prerrogativas, sus sitiales. Ese nazareno insignificante era un alborotador, un sedicioso, y un hereje; debía ser eliminado.